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Fábulas

 

- El león y el ratón

- El pastorcito mentiroso

- El zorro y la cigüeña

- El gato y los ratones

- La tortuga y los patos

- La zorra y las uvas



El león y el ratón

Una vez, un león atrapó a un ratoncito. Lo tenía entre sus garras y abría la boca para comérselo cuando el ratoncito suplicó:
- Por favor, león, rey de los animales, señor de la selva, ¡no me comas! Apenas soy un bocadito. Si me dejas ir, algún día podré ayudarte.
El león lo miró asombrado y se echó a reír:
- ¿Ayudarme, una cosita tan débil y pequeña como tú? Me das tanta risa que, por esta vez, no te comeré.
Y lo dejó en libertad.
Pasó el tiempo. Un día, el león, rey de los animales y señor de la selva, cayó en una trampa que le habían tendido los hombres. Lo tapó una red muy gruesa y allí quedó atrapado, rugiendo de rabia.
El ratoncito escuchó sus rugidos y corrió hasta él. Entonces, con sus buenos dientes de ratón, empezó a roer la soga.
Mordisqueó, masticó y tironeó. Mordisqueó, masticó y tironeó hasta que la soga se rompió. ¡Y el león pudo salir por el boquete y librarse de la trampa!
Ese día, el señor de la selva, el rey de los animales, aprendió que todos, hasta los más débiles y pequeñitos, pueden ayudarnos.

 

El pastorcito mentiroso

El pastorcito tenía muchas ovejas. Las llevaba al campo para que comieran pasto y las cuidaba por si aparecía el lobo.
Las ovejas comían y el pastor se aburría. Un día, para divertirse, se puso a gritar:
- ¡El lobo! ¡Socorro! ¡El lobo!
Los campesinos lo escucharon y, dejando sus trabajos, corrieron a espantar al lobo. Fueron con palos y palas, con horquillas y rastrillos.
- ¿Dónde está ese lobo? -preguntaron.
Entonces el pastorcito se echó a reír.
- Era un lobo de mentira -dijo-. ¡Era una broma!
Los campesinos, muy enojados, volvieron a sus campos.
Días después, el pastor volvió a gritar:
- ¡El lobo! ¡Socorro! ¡El lobo!
Cuando llegaron los campesinos, él les dijo, muerto de risa:
- ¡Era otra broma!
Pero un día, en el campo apareció… ¡el lobo! Un lobo negro que tenía muchas ganas de comer ovejas.
- ¡El lobo! -gritó el pastorcito-. De veras, ¡vino el lobo!
"Otro lobo de mentira", pensaron los campesinos. Y nadie fue a socorrerlo.
El lobo se comió las ovejas más gorditas. Las otras, escaparon de miedo y el pastor perdió todo su rebaño.
Había dicho tantas mentiras que, cuando dijo la verdad, nadie le creyó.
Al que acostumbra mentir, nadie le cree ni cuando dice la verdad.

 

El zorro y la cigüeña

Un día, el zorro invitó a la cigüeña a comer un rico almuerzo. El zorrito tramposo sirvió la sopa en unos platos chatos, chatísimos, y de unos pocos lengüetazos terminó su comida.
A la cigüeña se le hacía agua el pico, pero como el plato era chato, chatísimo, y su pico era largo, largísimo, no consiguió tomar ni un traguito.
- ¿No le ha gustado el almuerzo, señora cigüeña? -le preguntó el zorro relamiéndose.
- Todo estuvo muy rico -dijo ella-. Ahora quiero invitarlo yo. Mañana lo espero a comer en mi casa.
Al día siguiente, la cigüeña sirvió la comida en unos botellones altos, de cuello muy estrecho. Tan estrecho que el zorro no pudo meter dentro ni la puntita del hocico.
La cigüeña, en cambio, metió en el botellón su pico largo, larguísimo, y comió hasta el último bocado. Después, mirando al zorro, que estaba muerto de hambre, le dijo riendo:
- Por lo visto, señor zorro, le ha gustado mi comida tanto como a mí me gustó la suya.
El zorro se fue sin chistar, con la cola entre las piernas.
Porque el tramposo no puede protestar cuando le devuelven su trampita.

 

El gato y los ratones

Había una vez un gato muy cazador que no dejaba en paz a los ratones. Los ratones, del miedo, no salían de sus cuevas ni para ir a comprar queso a los ratones queseros.
Un sábado por la noche, el gato se fue de parranda y los ratones aprovecharon para reunirse.
- Tenemos que unirnos y luchar contra el enemigo gato -dijo un ratoncito.
- ¡Vivimos con el corazón en la boca! -dijo otro.
Entonces, un ratón viejo y sabio propuso lo siguiente:
- A este gato hay que agarrarlo dormido y atarle al cuello una cinta con un cascabel. Cuando oigamos ¡tilín! ¡tilín! Sabremos que se acerca. Y cuando no oigamos ¡tilín! ¡tilín! nos pasearemos tranquilos.
Era una idea genial. Todos la festejaron mucho. Pero… ¿quién le ponía el cascabel al gato?
- Yo no sé poner cascabeles -dijo un ratón.
- Yo no sé atar cintitas -dijo otro.
Uno por uno, todos se disculparon. Y, a pesar de que habían aplaudido al ratón sabio, nadie se atrevió a ponerle el cascabel al gato. Porque es fácil decir: "Hay que hacer esto. Hay que hacer aquello". Pero hacerlo es mucho más difícil.

La tortuga y los patos

La tortuga estaba aburrida de andar siempre por el mismo jardín.
- ¡Ah! -decía-. ¡Cuánto me gustaría viajar y ver mundo! Pero camino tan despacito que no llegaré muy lejos.
Dos patos la oyeron y se ofrecieron a ayudarla.
- Inventaremos un aparatito para que puedas viajar -le dijeron.
Entonces tomaron un palito y, entre los dos, lo sostuvieron con el pico. La tortuga no tuvo más que prenderse con los dientes del palo y los patos remontaron vuelo y la llevaron por el aire.
¡Por fin pudo ver las copas de los árboles, y los techos de las casas!
De pronto, se sintió tan poderosa, tan importante, que empezó a gritar:
- ¡Soy la Reina de las tortugas!
- ¡Miren…cómo… vue… lo!... ¡Miren… cóo… o… o…
Pero, al abrir la boca, tuvo que soltar el palito y cayó a plomo.
¡Pataplúm! Cayó en el pasto y se dio un gran porrazo, tan grande que estuvo dos días quejándose:
- ¡Ay, ay, ay, ay! ¡Por creerme la Reina de las tortugas, ahora soy la Reina de los chichones!
Nunca hay que creerse demasiado importante. Porque se puede subir de repente, como la tortuga. Pero también se puede volver a bajar.

 

La zorra y las uvas

Una vez, la zorra pasó junto a un parral y vio que, muy alto, colgaba un racimo de uvas deliciosas.
En seguida, dio un salto para arrancar las uvas, pero no pudo alcanzarlas.
Tomó impulso, saltó más alto, y nada. Saltó muchas veces, como si hubiese tenido resortes en las patitas.
Hasta que, por fin, miró las uvas con rabia y dijo:
- ¡Bah! ¿Quién las quiere? ¡Seguramente están verdes!
Y se fue caminando mientras repetía:
- ¡Están verdes!
Así hacen muchos cuando no saben alcanzar lo que quieren. Se conforman contándose una mentirita. Diciendo "¡están verdes!".