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Cuentos Contemporáneos

- Las cosas importantes -Raquel M. Barthe

- Pompón -Raquel Barthe

- El juntador de letras perdidas -Raquel M. Barthe

- Las cosas raras -Raquel M. Barthe

- Historia de una nena -Raquel M. Barthe

- Verde, verde... -Raquel M. Barthe

-El célebre maquinista Dagoberto y la increíble historia de las vías del tren -Raquel M. Barthe

- Brujilerías- María Delia Minor

- Mariana, Marina y Maruana, las tres brujas hermanas- María Delia Minor

- Urraca flaca - María Alicia Esain

- Lo que le pasó al número cuatro - Iraide Talavera, de Bilbao

- El hipopotamito -Diego Remussi

- La estatua -Diego Remussi (ver más obras de este autor)



Las siguientes publicaciones no pueden ser reproducidas, ni en todo ni en parte, ni registradas en, ni transmitidas por, cualquier sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, impresión de cualquier tipo o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de su autor o editor.

Cuentos con consigna, pertenecientes al proyecto:
"10 cuentos para la imaginación":

(Ver proyecto completo)

01. Cuento: La abuelita Rigoberta
02. Cuento: El hornero Serafín
03. Cuento: Los oficios de Zacarías
04. Cuento: El célebre maquinista Dagoberto y la increíble historia de las vías del tren
05. Poesía: Una foca de La Boca
06. Cuento: Los vestidos de Margarita
07. Cuento: Una carta para un cartero
08. Cuento: Raimundo, el bombero más valiente del mundo
09. Cuento: La granja de Sebastián (Este cuento ya no figura en el sitio)
10. Cuento: Una calesita

Pompón*
Raquel M. Barthe

Se llamaba Pompón porque era chiquito, peludo, tibio y suave como un copo de algodón.
Y si Pompón hubiera nacido conejo, su mamá habría estado muy orgullosa.
Pero Pompón... ¡era un sapito! Y cada vez que se metía en la laguna, había que secarle el pelo con pétalos de margarita silvestre.
Y, a medida que fue creciendo, también el pelo le creció.
Y fue el único sapo con trenzas.
Y también fue el único sapo que nadaba con gorra de baño.


El juntador de letras perdidas*
Raquel M. Barthe

¿Sabías que... cuando los chicos están aprendiendo a escribir, resulta fácil equivocarse y perder alguna letra?
El duende de las letras perdidas es el encargado de buscarlas y, cuando las encuentra, las guarda en un cofre muy grande, con siete cerraduras. Ese cofre lleno de letras es su gran tesoro.
Pero a veces, cuando los chicos son descuidados, el duende junta tantas letras que ya no caben en el cofre. Entonces llama a sus amigas las hadas y les regala las que le sobran y ellas se pasan siete días eligiendo las que necesitan. Luego se las llevan a la nube 28, donde escriben los "cuentos de hadas", para regalárselos, más tarde, a los chicos.


Las cosas raras*
Raquel M. Barthe

Felipe piensa que hay cosas muy raras que él no entiende:
¿Por qué los plumeros tienen plumas y no vuelan?
¿Por qué las mesas tienen patas y no caminan?
¿Por qué los libros tienen hojas que no se caen en otoño?
¿Por qué se oye el murmullo del agua, si ella no tiene boca?
¿Y por qué si el buzón tiene boca, no habla?
Son tantas las cosas que Felipe no entiende, que se cansa de pensar y juega a las escondidas con su oso Bernardo.

 

Historia de una nena*
Raquel M. Barthe

No era linda, ni era fea.
Tampoco podía decirse que fuese buena.
Pero nadie podía asegurar que fuese mala.
A veces se portaba un poquito mal y otras, ¡requetebién!
Unos días obediente y algunos desobediente.
Tan limpita por la mañana y tan sucia cuando llegaba la noche...
¿Quién era esta nena tan especial?
Nada menos que Lucrecia, una niña como todas.
Pero el papá la llamaba "Lucrecia la bella" y le decía que era una princesa.
Y Lucrecia imaginaba que vivía en un castillo muy hermoso en la punta de una montaña.

 

Verde, verde...*
Raquel M. Barthe

El Verde ya estaba aburrido de hacer siempre lo mismo: desde hacía seis meses que trabajaba pintando el paisaje, mañana, tarde y noche, sin parar.
Entonces decidió tomarse vacaciones y le pidió a su amigo el Amarillo que lo pintara en su lugar.
El Amarillo era un buen amigo y empezó con mucho entusiasmo, pero... a él nunca le había gustado trabajar y pronto se cansó.
Se sentó a descansar y pensó qué fácil sería su trabajo si los árboles no tuvieran hojas.
Llamó a su amigo el Viento y le pidió que soplara muy fuerte.
Y el Viento sopló y sopló; sopló tanto que todas las hojas salieron volando y los árboles se quedaron desnudos.
Y, sin hojas para pintar, el Amarillo se fue a dormir la siesta y, ¡durmió durante seis meses!
Hasta que volvió el Verde y lo despertó muy enojado:
-¡Qué hiciste! ¿Dónde están los colores? ¿Qué pasó con las hojas verdes...?
El paisaje estaba triste y descolorido.
-Y, ¿a dónde se fueron los pájaros y las mariposas? -siguió protestando el Verde.
Todos se habían ido al país de los Colores a pedir ayuda para volver a pintar el paisaje.
Y, ¿qué creen que pasó? Sí, durante los siguientes seis meses, y con la ayuda de todos, el paisaje volvió a llenarse de colores.
Hasta que el Verde volvió a cansarse y se fue nuevamente de vacaciones... y la historia se repitió otra vez.
¿Hasta cuándo?
¡Hasta dentro de otros seis meses!

 

El célebre maquinista Dagoberto y la increíble historia de las vías del tren*
Raquel M. Barthe

Hace muchos, muchos años, los trenes no iban por la vía. Como no existían las vías, los trenes podían ir por donde querían.
Los maquinistas eran los encargados de manejar las locomotoras que arrastraban a todos los vagones.
Estos expertos maquinistas sabían muy bien cuál era la ruta a seguir y, continuamente, iban y venían por el mismo camino. Siempre igual. Día tras día, durante meses y meses y hasta, ¡por años!
Pero un día Dagoberto se aburrió de recorrer tantas veces el mismo camino y se fue con su tren, lleno de pasajeros, a la playa.
Pasaron un día muy lindo y nadie protestó por no haber llegado a destino en el horario correspondiente.
Ya muy tarde, subieron a los vagones para seguir viaje y, como era una noche sin luna, estaba muy oscuro y Dagoberto no pudo encontrar el camino y se perdió.
Cuando salió el sol el tren estaba en la punta de una montaña. El paisaje era tan lindo, que los pasajeros le pidieron a Dagoberto que se detuviese un ratito. Entonces, todos se bajaron a recoger flores y a correr un poco para estirar las piernas.
Y así fue como ese tren llegó a la estación con, ¡quince días de retraso!
Fue por eso que el maquinista Dagoberto se volvió célebre.
Y también fue por eso que los dueños del ferrocarril inventaron las vías: para que nunca más un maquinista aburrido se fuese de paseo o se pudiera perder por el camino.
Desde entonces, todos los trenes del mundo van por la vía.

*NOTA: Estos cuentos fueron publicados en el artículo "La importancia del cuento en el jardín de infantes y primer año EGB- Cómo se relaciona el lector con el cuento, con el libro, con la lectura" escrito por Raquel M. Barthe (Escritora, Bibliotecaria y Editora), fasículo Nro. 6, año 2004 del Actualizador Docente (revista mensual de venta por suscripción), Editorial A Construir. El texto del mismo incluye propuestas prácticas de implementación en la sala. Más información: http://www.editorialaconstruir.com.

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El hipopotamito
Diego Remussi

El aviso decía que había nacido un hipopótamo en el zoológico.
Las promociones incluían un simpático concurso para ponerle nombre al hipopotamito.
Laura insistió bastante para ir a verlo. Por fin convenció al papá. Fueron juntos una tarde de sol. El zoológico estaba lleno de gente. Ya en la entrada tuvieron que esquivar vendedores de maní y pochoclo, de globos y hasta fotógrafos que ofrecían unos ponys arreglados para la ocasión.
Laurita, curiosamente, no estaba interesada por tanto alboroto. No pidió globos, ni golosinas. Sólo quería ver al hipopotamito. Y más ganas le dieron cuando vio que en el ticket de la entrada venía impreso el dibujo de la mamá con su hijito.

Pasaron de largo la jaula de los monos y de los leones. El papá había comprado galletitas que tuvo que guardarse en el bolsillo. Intentó darle de comer a los patos pero esto los demoraba y la nena quería llegar hasta el hipopótamo.

Por fin, estuvieron frente a la jaula-pileta. La gente se apoyaba tratando de ver al recién nacido.
El papá subió a Laurita en sus hombros y le pidió que le contara lo que veía. Luego de un rato de silencio, la nena pidió que la bajara.

- Mirá, papá - dijo en su lengua graciosa de jardín de infantes - Yo no vi ningún bebé.
- ...
- El único hipopótamo chiquito es uno que anda por ahí, caminando lo más campante. Y te digo algo más - dijo, bajando la voz - es más grande que yo.

 

La estatua
Diego Remussi

Es la de un hombre que está leyendo un libro. Lógicamente, siempre en la misma página. La lectura parece interesarle.
Sólo es el decorado de la puerta de entrada de la casa de mis abuelos. Mi papá dice que no hagamos ruido, que se va a distraer. Mi hermano y yo le hacemos caso. ¿Qué hará por las noches? ¿Seguirá siempre en la misma página?
Le pedimos a papá que nos cuente esa historia. La que sabe la estatua. Él nos sonríe. Después de todo es la casa de sus padres. Él creció viendo la estatua leer. Y empieza a contarnos un cuento interminable que noche a noche va ir cambiando para que tenga continuidad.
Los cuentos nos despiertan más que hacernos dormir. No podemos dejar de preguntarnos cómo sabe tantas cosas. Y mi papá sonríe porque él va inventando historias de un personaje aventurero. A la noche le pedimos más aventuras. Y la noche se hace más blanda y más entretenida.
Aunque nos cueste dormirnos después, nos quedamos pensando si será verdad que la estatua le susurra esas historias. Y si secretamente cambia de página cuando nadie la ve.

 

Urraca flaca
María Alicia Esain

Se anuncia en el campo un gran baile de plumas y picos. Toda la pajarería se
adorna con las mejores plumas. El hornero, bien marrón; el cabecita negra,
con su gorrita lustrosa; el benteveo, amarillo y negro como los taxis de
Buenos Aires, el picaflor es el más bonito, por supuesto. Las cotorras y su
verde aportan lo suyo. Realmente un espectáculo de gente volante. Hay una
que ha tenido que sacar de un lado y de otro algo para lucir mejor. Su
plumaje no es demasiado atractivo y como le gusta llevarse al nido cosas que
brillen, muchos no la quieren cerca. ¿Esta noche será diferente? Espera con
muchas ganas la ocasión, porque está decidida a hacerse de amigos: la
soledad no le gusta nada.

Urraca Flaca está preciosa en la fiesta de los pájaros. Su plumas no serán
coloridas, pero adornada con collares, pulseras, aros y broches que brillan
parece una estrella luminosa.se mira en su espejito de papel de plata y no
se ve como desearía. Ella quiere tener cara de buena, además, pero casi
nunca le sale.

Ahora está un poco triste porque escuchó una conversación entre la tijereta
y el pájaro carpintero:

-¡Esa Urraca Flaca no presta nada!- cuenta la tijereta- Hace unos días le
pedí una tijera porque la mía estaba desafilada y me la negó. La necesitaba
para cortarle el penacho al cardenal. Soy peluquera. Miró para adentro del
nido y me dijo: "¡Qué macana, no tengo nada!"

-Me pasó algo parecido- respondió el pájaro carpintero- A mí me faltaban
clavos para el ropero de los gorriones. Ellos lo necesitan con urgencia,
porque se viene el verano y tienen que guardar la ropa de invierno.También
le pedí algunos a Urraca Flaca. ¿Sabe qué contestó? "¡Qué macana, no tengo
nada!"

En ese momento llega una paloma mensajera llorando a todo volumen:

-¡Uhhhhhh! ¡Uhhhhhh! ¡Uhhhhhh! Soy paloma mensajera y he perdido mi pulsera.
¡Uhhhhhh! ¡Uhhhhhh! ¡Uhhhhhh!

Entonces Urraca Flaca viene volando y le da su brazalete dorado más hermoso.
Enseguida se mira nuevamente en el espejo de papel de plata y se ve cara de
buena. Un poquito, por lo menos.

Aparece una gaviota vieja a la que le falta un ojo de cuando era gaviota
pirata.

-Urraca Flaca.¿No tendrás una perla negra para hacerme un ojo?

-¡Qué macana, no tengo nada!- dice la urraca casi sin pensarlo. Luego
recuerda sus momentos frente al espejo de papel de plata y cambia:- Miraré
qué tengo debajo de la cama ¡Venga mañana!- Lo piensa mejor, busca dentro del nido, encuentra lo que la gaviota anda necesitando y se lo alcanza:

-¡Gracias, Urraca Flaca! ¡Qué favor me ha hecho! Venga mañana a mi nido, a
comerse un lindo guiso de gusanitos- le responde la gaviota y la Urraca
Flaca está muy feliz. ¡Tiene una amiga!

María Alicia Esain
Entre muchas otras cosas, maestra, profesora de inglés, narradora. Coordina talleres literarios y docentes y ha publicado sus obras en numerosos medios, como www.internenes.com y www.7calderosmagicos.com.ar, y en libros y revistas.


Lo que le pasó al número cuatro
Iraide Talavera

Cuatro estaba leyendo en su cuarto. Sus padres, Cuarenta y Treinta y seis, estaban en la calle con su hermano Nueve y su hermana Doce. Habían salido a hacer unos recados, y mientras tanto él leía silencioso las aventuras de un niño llamado Infinito.

Infinito era muy pequeño y muy vago. Vivía en casa de su abuela Cero y lo único que le gustaba hacer era formar palabras y construir castillos de letras. A Cuatro, un niño tímido y serio, le caía muy bien Infinito y le parecía muy gracioso, tan chiquito y con el nombre más grande del mundo. Al leer sus historias no podía evitar sonreír un poquito, aunque le costaba mucho reírse.

Sin embargo, aquel día Infinito se perdió en el castillo de las letras, y fue tan gracioso pensar en la A y la Z echándole la bronca que Cuatro no pudo evitar partirse de risa. Tanto se partió que se deshizo y se convirtió en dos Doses. Esos dos Doses siguieron riéndose y también se partieron. De pronto, donde había habido un Cuatro, ¡¡aparecieron cuatro pequeños Unos gateando por la habitación!!

Y así es como, por culpa de Infinito, los padres y los hermanos de Cuatro tuvieron que criar a cuatro bebés Uno hasta que éstos fueron creciendo.

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¿Te gusta escribir? ¡Enviános tu cuento!

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